Os voy a contar una historia que por desgracia cuento con demasiada frecuencia.
En un experimento metieron en una sala a 5 monos. En medio de la sala pusieron una escalera, y colgando encima de la escalera unos plátanos. Tan sólo con subir por la escalera podrían coger la fruta.
Sin embargo, cada vez que cualquier mono subía por la escalera, automáticamente todos recibían una ducha de agua helada. Tras varios intentos acabando mojados y congelados, estos cinco monos dejaron de intentar subir por la escalera quedándose tranquilamente sentados, en vez de ir a por su objetivo.
Se decidió sacar un mono de esos cinco, por uno nuevo que no sabía de qué iba el percal. Lógicamente al ver la fruta se disponía a subir la escalera, pero antes todos los demás le zurraban para evitar la ducha helada. El novato sin entender nada lo intentaba varias veces con sus respectivas palizas, hasta que deducía que, o ahí pasaba algo… o no lo entendía, pero para no llevarse más palos, mejor dejar de intentarlo.
Sucesivamente fueron reemplazando monos que habían recibido duchas heladas, por nuevos pardillos. Los monos nuevos siempre intentaban subir la escalera, y los monos ya «amaestrados» por los anteriores les enseñaban a base de bien a no perseguir ese objetivo.
El resultado final era una sala llena de monos que nunca habían recibido una ducha helada, que no perseguían el objetivo a su alcance… y además no sabían por qué.
Real como la vida misma.